“Lo que te hiere, te bendice. La oscuridad es tu luz"
Rumi
Hace varios años, en mi entrenamiento como Consteladora Familiar, fui invitada a un taller sobre Trauma Social. Me llevó varios meses poder acercarme a este trabajo. Recuerdo sentir una fuerte resistencia a la palabra "trauma". Sin embargo, terminé convirtiéndome en una apasionada trauma terapeuta. Todavía creo que tenemos que aspirar a la luz por sobre todo, pero comprendí en mi cuerpo que la luz de la conciencia
solo brillará en su plenitud cuando ilumine nuestras sombras. En mi propia experiencia, solo al tomar contacto con mis heridas, implicadas con las de mis ancestros, mi cultura y mi tierra, comencé a sentirme con más vida y encontré un nuevo sentido de propósito y conexión.
Luego de varios años sintiendo un gran anhelo de mayor integración entre mi trabajo, mi práctica espiritual y mi vida personal, a fines del 2013 conocí a Thomas Hübl místico contemporáneo y maestro espiritual. Me comprometí en gran medida con sus enseñanzas y, desde entonces participo cada Agosto en el Celebrate Life Festival, un evento de 10 días organizado por sus estudiantes, que reúne cada año a más de 1200 participantes. El tema de este año fue el trauma personal, intergeneracional y colectivo. Estos temas siempre han estado en el núcleo de las enseñanzas de Thomas pero, para mi, este no fue simplemente un festival más.
En el equipo de asistentes, nos estuvimos preparando por varios meses para generar un continente seguro, que permitiera a los participantes internarse en profundidad en temas personales y colectivos. Ya en el primer día, me sentí conmovida al ver la gran cantidad de gente reunida. Yo no había confiado en que tanta gente acudiría a este llamado, decidiendo pasar sus vacaciones de verano mirando sus/nuestros traumas. Me sentí llena de esperanza y agradecimiento.
Además de la multitud, el gran compromiso de los participantes, y todos los procesos personales que tuve el honor de facilitar; lo que me impactó profundamente fue la presentación de Anita Lasker-Wallfisch, con sus 92 años, sobreviviente del Holocausto, y su hija Maya Jacobs-Wallfisch. Cuando Anita habló acerca del destino de sus padres, sentí aflojarse mis piernas y me refugié en los brazos de mi amiga Sucha que, por suerte, estaba parada junto a mí. Hemos escuchado y sabido de tantas cosas y aun peores. Cuánto de esas historias realmente llegamos a sentir? Ahora estábamos directamente escuchando y sintiendo a Anita contándonos que sus padres terminaron sus días en un campo de concentración, obligados a cavar sus propias tumbas desnudos, luego de lo cual fueron fusilados y enterrados.
Como digerimos estos hechos a nivel colectivo? En este momento, tuve la suerte de tener a mi amiga a mi lado; de otro modo, quizás hubiera agregado otra capa de contracción y congelamiento sobre todas aquellas cosas que han sido demasiado para poder sentir. Refugiarme en mi amiga no fue algo de mi repertorio habitual. Elegí hacerlo para prevenir mi reacción automática y "normal" de volverme insensible cuando algo me abruma. Sin embargo, como miembro del equipo de asistentes, estaba allí para sostener y contener a los demás participantes por lo cual, luego del primer shock, me concentré en mis pies y mi respiración - como aprendí, para auto regularme - y logré mantenerme abierta a la conversación y, al mismo tiempo, atender a lo que sucedía en el resto de la sala.
Sabiendo que hay tanto más; sabiendo lo que sé... historias de tortura y crímenes horribles en mi propio país, acerca de las cuales solo unos pocos se atreven a hablar o a escuchar; cómo vivimos nuestras vidas "normales"? Cómo vivimos con este conocimiento? Cuánta energía nos cuesta suprimir todo aquello que es demasiado para ser sentido? Cómo vivimos sin reconocer tantas cosas que incluso llevamos impresas en nuestros genes? Gran parte de la respuesta estaba frente a nuestros ojos. Madre e hija hablando acerca de ser y sobrevivir, sentir y no ser capaz de sentir, silenciar y sacar a la luz, luchando por conexión y sentido, llevando su mensaje a un mundo en peligro de olvidar lo sagrado de la vida y repitiendo continuamente historias de discriminación, tortura y genocidio. Allí estábamos nosotros, cientos de testigos con nuestros corazones abiertos y una plegaria en nuestras almas.
Al reflexionar sobre estos días, siento una creciente claridad acerca de la necesidad de enfrentar nuestras heridas transgeneracionales y colectivas. Es mi profundo anhelo, y rezo para que podamos asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos globales con voz y poder para reescribir el curso de nuestra historia, saliendo de la constante retraumatización hacia una coexistencia creativa y pacífica.